Y FUE ASÍ COMO CAÍ EN SUS REDES

Mi primer contacto con él lo tuve un día del mes de julio del año 2000 y aunque en esa ocasión fue solo visual nuestro encuentro, quedé perdidamente enamorada y para siempre pues por el tiempo transcurrido de mi vida desde ese día y hasta hoy no he podido sustraerme de su encanto.
A su lado, aunque para ser más precisa, debía decir “a su altura”, me ha hecho sentir además de protegida, una mujer con donaire y señorío.
En alguna ocasión, al preguntar qué opinaban de mi por salir con él,  alguien me dijo: las mujeres como tú, me dan la idea por ese sólo hecho de que son mujeres audaces que se atreven a todo ¿?, que no le tienen temor a nada y mucho menos al qué dirán.
Sin embargo nuestra relación en común no ha sido fácil pues es tan cambiante como las temporadas mismas de la vida;
Primaveral con su estilo fresco, radiante y colorido.
Veraniego con toda la protección que pueda brindarme hasta del más mínimo rayo de sol que pudiera hacerle daño a mi piel.
Otoñal con toda la gama de los románticos colores que las crujientes hojas de los árboles nos presentan y, por supuesto
Invernal con toda la calidez que su elegancia y sobriedad ha podido proporcionarme cuando vamos juntos por la calle.
He de decir que fue mi esposo quien al ver mi cara de embobamiento ante su aparición en mi vida, propició nuestro primer acercamiento pues como esos superhéroes que tratan por todos los medios de complacer a su gentil dama, sin decir palabra alguna, dirigió nuestro hermoso corcel – ah no!, quise decir nuestro automóvil – hacia el lugar donde se daría ese primer encuentro solo para darme cuenta que lamentablemente en ese mundo al  que estaba yo por ingresar tal parecía que el gusto femenino estaba vedado.
Lamentablemente pareció que resultaría más difícil de lo que suponíamos poder cristalizar mi sueño de traer uno a casa pero, como nada resulta imposible para una mujer que ha tomado una decisión de ese tipo, mi amado esposo tuvo la genial idea de convertir aquel que seguramente estaba destinado desde su creación para engalanar a un hombre, en lo más femenino que pudiera verse así que después de algunas flores por aquí, mascada más allá y un primoroso moño, el trato por fin se cerró y tuvo así el privilegio de ser el primero de mi colección.
Después de esto casi me arrepiento de haber caído en sus redes pues ¿cómo volvería a adquirir otro?.
A quien viajaba a otra ciudad a algún destino distinto al que yo habito le pedía con desesperación “si ven uno, como sea y como lo veas, tráemelo por favor” y así dio inicio esto hasta el grado de tener que adaptar un espacio especial en mi dormitorio –en el área del vestidor – para que pudiera contar con los cuidados que tiene bien merecido; después de todo amar,  es corresponder!.
Se preguntarán cómo si líneas arriba les expongo lo difícil que fue hacerme de uno, llegué al grado de la necesidad de un espacio propio por el número que tengo ahora ¿qué serán? --- 70? 100? Un poco más? mmm no lo sé-.
Pero bueno, dejando a un lado ese aire de romanticismo que inspira el portar un hermoso sombrero, la verdad es que vivir en Hermosillo con temperaturas por arriba de los 40 grados y salir al sol sin cubrirnos nos hace, lamentablemente, estar de manera constante expuestas a contraer un terrible cáncer de piel.
Si bien el origen del sombrero para algunos no pasa de ser un objeto superfluo y hasta frívolo, la verdad es que hoy en día debía ser un artículo imprescindible ya que nos proporciona una gran protección contra las inclemencias del tiempo. ¡Anímate a usar uno y sobre todo… protégete!
PONTE EL SOMBRERO!!


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